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Conversación con Isauro Blanco

Idioma: Español

Nuestra debilidad es nuestra fuerza.

Isauro Blanco, filósofo, pedagogo y psicólogo educativo y clínico

Tal vez las culturas escolares exitosas deberían considerarse contraculturas que sirven par despertar la conciencia y la meta-cognición de sus participantes además de estimular su auto-estima.

--Jerome Bruner. 1997. p.98

 
La adquisición de conocimiento es el rasgo más característico de nuestra especie. “Nuestra capacidad de conocer es producto de las formas específicas en que aprendemos, que a su vez, son resultado de nuestra capacidad para conocernos a nosotros mismos, y a través de nosotros, conocer el mundo”, escribió Juan Ignacio Pozo hace unos años[1]. Compartimos muchos procesos con otras especies. Otros primates, por ejemplo, son capaces de inventar soluciones adaptativas. Son, incluso, capaces de compartir estas soluciones socialmente, pero solo nuestra especie es capaz, por los sistemas de aprendizaje y representación que tenemos de acumular soluciones y transmitirlas de generación en generación.
En el lento proceso de hominización y humanización que hemos vivido como especie, hemos desarrollado funciones cognitivas que, mediante procesos culturalmente mediados, nos han permitido desarrollar nuevos sistemas de representación que, a su vez, han conllevado nuevas funciones cognitivas. Biología y cultura no han dejado nunca de interaccionar y modificarse mutuamente. Toda nuestra actividad mental está culturalmente situada. “Aprender, recordar, hablar, imaginar: todo ello se hace posible participando en una cultura”, nos recuerda Jerome Bruner[2].

Somos el más indefenso de los seres del reino animal al nacer, y eso nos lleva a tener que aprender prácticamente todo. El aprendizaje es esencial a nuestro desarrollo. Nuestra debilidad se convirtió en nuestro motor de desarrollo.

La cultura está en la mente. La evolución nos ha equipado con un cerebro ecológico, que depende a lo largo de su vida del aporte del ambiente[3], tanto del ambiente “natural”, como del ambiente “cultural”. Nuestra cognición, nuestras habilidades, dependen tanto de la idea de cultura en general, como de las culturas concretas en las que nacemos y vivimos (la vigotskiana zona de desarrollo próximo variaría así según las culturas a las que pertenecemos).
Pero “ver, pensar, decidir y actuar no están aislados, como si de diferentes departamentos de una fábrica se tratara; sino que están inextricablemente entrelazados[4] entre si”. Aún más, podríamos decir que nuestra mente no es algo que se tiene, sino que es algo que se hace[5]. Nuestra cognición necesita del cerebro tanto como del cuerpo y del ambiente.
“Somos el más indefenso de los seres del reino animal al nacer”, dice Isauro Blanco. Al nacer nuestro cerebro solo pesa el 25% de lo que llega a pesar cuando somos adultos, cifra muy alejada del 60% de los macacos o del 45% chimpancés al nacer. “Lo que nos lleva a tener que aprender prácticamente todo. El aprendizaje es esencial a nuestro desarrollo. Nuestra debilidad se convirtió en nuestro motor de desarrollo. Nuestra debilidad es nuestra fuerza”, sostiene Blanco.

La escuela nos dota de las habilidades que nos permiten no solo conocer y comprender el mundo, sino también interpretarlo, reorganizarlo, modificarlo y poder finalmente interaccionar con otros y con el propio mundo.

Isauro Blanco lleva 5 décadas dedicado a la educación, la enseñanza y la investigación sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje, y tiene varias publicaciones sobre la relación entre mente y aprendizaje. Quisimos hablar con él sobre el sentido y el papel de la escuela hoy, y sobre aquello que necesitamos enseñar y aprender en las escuelas.
La escuela, sostiene Isauro Blanco nada más comenzar la conversación, tiene sentido precisamente porque no trabaja sobre una materia prima abstracta y fija llamada cerebro o inteligencia, sino sobre algo moldeable y modificable. “Sabemos que la experiencia, el afecto, el cuidado, el medio ambiente, estimulan o no algunos de esos códigos”, dice Isauro Blanco. “Lo que hace la educación es activar aquellos códigos que más pueden ayudar a cada persona para que tenga una existencia llena de realizaciones.”
La educación en general, la escolar en particular, no solo tiene, por tanto, una función transmisora de unos conocimientos, de unos saberes, de una cultura heredada, sino también de unas maneras de pensar, de hacer, de interpretar, de estar y de relacionarnos. La escuela nos dota de las habilidades que nos permiten no solo conocer y comprender el mundo, sino también interpretarlo, reorganizarlo, modificarlo y poder finalmente interaccionar con otros y con el propio mundo. El verdadero sentido de la escuela es que nos ayuda a desarrollar las habilidades que nos permiten actuar sobre el mundo. “las habilidades, en mi concepto”, dice Isauro Blanco, “son como herramientas con las que nosotros hacemos o transformamos esa materia prima que es la información en aprendizaje, en conocimiento y, posteriormente, en sabiduría.”
La idea clave aquí, la que da sentido a la acción de los docentes y de las escuelas, es que hacen falta otros factores (habilidades) para desarrollar la inteligencia, y el gran reto es, dice Isauro Blanco, saber qué debemos hacer para desarrollar estas habilidades y cómo podemos hacer para que cualquier niño pueda tener el mejor rendimiento posible.
Si nuestro cerebro es en gran parte el resultado de nuestra práctica[6], el reto de las escuelas y los docentes es diseñar y ofrecer las prácticas apropiadas y adecuadas para cada uno de sus estudiantes.
Por último, Isauro Blanco, nos recuerda que tenemos también que repensar la relación entre pensamientos, sentimientos y cuerpo. “Si cambias el pensamiento, cambian las emociones; si tú cambias las percepciones, cambian las emociones”, dice.
Como nos recuerda Guy Claxton (2015), “sin sentimientos físicos e intuiciones, la inteligencia abstracta se aleja de las sutilezas y complejidades del mundo real, y las personas se vuelven inteligentemente-estúpidas, capaces de explicar y comprender, pero incapaces de vincular esa comprensión con las necesidades y tensiones de la vida cotidiana.” Los sentimientos no son un estorbo para el pensamiento. El cuerpo tampoco.

Carlos Magro
@c_magro

 
[1] Juan Ignacio Pozo (2006). Adquisición de conocimiento. Morata. P. 16
[2] Jerome Bruner (1997). La educación, puerta de la cultura. Antonio Machado libros. P. 14
[3] Bradd Shore (1996). Culture in mind: Cognition, Culture, and the Problem of Mind. Oxford University Press. p.3
[4] Guy Claxton (2015). Intelligence in the Flesh. Why your mind needs your body much more than you think. Yale University Press. P. 5
[5] Jorge Emiro Restrepo (2018). Cognición corporeizada, situada y extendida: una revisión sistemática. Katharsis, nº26
[6] Norman Doidge (2008). El cerebro se cambia a sí mismo. Aguilar

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